Si te vas, no te lleves mi canoa!!


Bebiendo una cerveza en una terraza, unos tipos empezaron a comentarme cosas del lugar.
Hablando, hablando, me descubrieron que ellos mataban jacaré y las pieles la llevaban hasta Manaus. Sólo que no había un barco que se arriesgara a llevar esa carga. Estaba prohibida.
Según me contaron, la policía, si veía a alguien matando alguno, disparaba y punto. Así que ellos llevaban las pieles hasta una ciudad que estaba más abajo y a la vera del río Branco y desde allí, bajaban con las pieles en canoa hasta el río Negro. Y del río Negro, un barco de pescador, amigos de ellos, lo acercaban a Manaus donde las vendían.
Les pregunté si era posible hacer el viaje con ellos y no se opusieron y marcamos el día.
Fuimos en autobús hasta la ciudad y allí ellos tenían dos canoas y yo compré una. Preparamos las cosas que nos iba a hacer falta y en uno o dos días salimos río abajo. Al principio, como iba muy ilusionado viendo árboles, monos y paisaje, no note el cansancio mucho. Antes de las cinco, encontramos un lugar para hacer acampada.
Ellos descargaron de la canoa las pieles y las colgaron en una cuerda. No llevábamos cocinilla, así que por la mañana uno de ellos fue cogiendo madera "seca" e intentó encenderla. Recordé que llevaba carbón para encender barbacoas. Así que le dije que me dejaran encender el fuego. Ellos se miraron y se rieron en complicidad, pensando que no seria capaz de encenderlo. Puse, sin que me vieran, dos carboncillos en medio de la madera, cogi una cerilla y los encendí. El fuego empezó rápido. Ellos se quedaron con la boca abierta. Querían saber mi técnica y yo hice como si no entendiese lo que querían decirme.
Uno fue a la canoa para coger el café y las galletas. El otro estaba alejado haciendo no se que y yo estaba avivando la llama para que el agua se calentara antes, cuando, de repente, una onça apareció a menos de cuatro metro de mí. El corazón se me paró. Pero no quiero entrar en esta historia, pues ya la cuento más adelante.
Volvimos a seguir el descenso del río, acampamos de tarde. Y por la mañana, cuando desperté, vi que ellos ya habían recogido sus redes. Pensé que se veía que tenían prisa. Suponía que vendrían con el café. Pero me di cuenta que mi mochila pequeña que dejé colgada no estaba. Sólo estaba la mochila grande que tenía costumbre de atar junto con la red. Me pregunté para que la cogieron?.
Fui donde estaban las canoas. Y no había ninguna canoa. Tampoco las pieles estaban colgadas. Como todavía no asimilaba que pudiera ser un robo, me quedé esperando y preguntándome, donde habrán ido?. Pero según pasaba el tiempo, empecé a comprender que había sido robado.
Río arriba, habíamos pasado una comunidad, de esas pequeñas que tienen cuatro casas y una iglesia, así que me puse en marcha para subir. No estaba lejos, pero andar un metro por la selva de Roraima a la vera del río suponía un esfuerzo extraordinario. Tarde dos o tres días, recuerdo que tenía en la mochila grande dos o tres latas de sardinas y una de paté. Esas me la comí en el primer día y los demás días a pasar hambre se ha dicho.
Llegué a la comunidad y al día siguiente, un barco de pescador me subió hasta el pueblo de donde habíamos partido.
A partir de entonces siempre he ido por la selva solo. Siempre, cuando la gente quería saber donde iba a ir, mentía para que nadie supiese nada. Y esta técnica me va bien. Mientras menos gentes sepan lo que vas a hacer mejor. Y, como recorrer la selva andando es muy penoso, lo que hacia es irme hasta la comunidad o ciudad que estaba en los nacimientos de los ríos, allí compraba una canoa, víveres y descendía en canoa.

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