Mucha agua pa mi canoa!


En uno de esos descensos, como algunos ríos de aquí son extremadamente anchos, me perdí.
Ya sé, podéis pensar que es solo descender, dejarse llevar y ya está. Eso era lo que yo creía. Pero la cosa se me complicó cuando se fue ensanchando y empezaba a ver canales. Ya no sabía para donde tirar. Veía cual es la corriente más rápida y tomaba ese canal, pero a los pocos kilómetros, el mismo dilema y la corriente mucho mas lenta.
Y, así, fui perdiéndome. Llegó el momento en que todo era un pantanal. Una tierra inundada de agua. Estaba perdido.
Compré alimentos para una semana y ya estaban escaseando. Tenía un revolver del 32 que compré en uno de esos pueblos donde sólo hay una tienda que lo mismo te vende un bote de mantequilla que un cartucho de dinamita. Pero por más que me esforzaba apuntando al posible plato, no había manera; unas veces porque antes de disparar se espantaba y se iba y otra porque no le daba.
Días antes había cazado un jacaré y aun tenia carne, eso si, medio podrida a pesar de tenerla salada. Y con eso quería pescar, pero tampoco tenía suerte.
Fue creciendo mi desesperación. Y más cuando sólo me quedaba medio bote de manteca, bueno en realidad, media botella porque la mantequilla, como se hace liquida con esta calor, la llevaba en una botella y dos o tres latas de sardinas. También tenía medio bote de un complejo vitamínico. Era todo. Bueno y la pistola, pero para el resultado que me daba, casi nada.
Un día vi a un perezoso moverse en una rama y estuve disparándole hasta que cayó al agua. Olía mal. Pero cuando tienes el mejor condimento de cualquier plato "hambre", cualquier carne está buenísima. Se me estaba haciendo exquisito antes de prepararlo.
Busque un sitio para hacer el fuego. Hasta eso me costó trabajo. No había modo. Quemé hasta unos planos que pensé no me harían falta. Y, al final, casi dos cajas de cerillas. Cuando logré asar al perezoso el estomago lo tenia hecho mixto pensando que iba a comer algo. Y es que el segundo o tercer día sin comer, el estomago empieza a retorcerse y a doler un montón. Aunque después, cuando pasan más días, te vas acostumbrando y parece que no tuvieras tanta hambre.
Me quedé perdido en todo ese pantanal unos veinte o treinta días. Y en esa situación entra mucha desesperación. Cuando por fin aviste unas casas, de esas que están a la vera del río, me entró mucha alegría, podéis imaginaros.
Cuando quise hablar con una mujer que estaba fuera de la casa, no me salía la voz de mi cuerpo y no era por debilidad que también, era simplemente por haber perdido la costumbre de hablar.

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